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sábado, 2 de agosto de 2014

Ahora que ya no somos desconocidos

Todo era mejor cuando éramos desconocidos. Cuando no veía cómo tapabas tus oídos con tus manitas. Ni conocía ese gesto tan tuyo de lloro mudo. Te quedaste quieto. Se reflejaba tanto terror en tu mirada que se te olvidó cómo llorar. No entendías la soledad que se fabrica en serie en esta civilización.

La soledad de la guerra.

Entonces, nunca había visto en las noticias a tu madre muerta, ni a tu padre aferrado a una sábana en la que permanecía tapado tu hermano mayor, que tuvo la osadía de cumplir cinco años y jugar con sus amigos. Casi no sabía ubicar tu ciudad en un mapa. A mí me decían que la gente no era capaz de matar por dinero, mientras permanecías con tus ojos abiertos en el suelo porque los misiles no te dejaban dormir. Para los medios de comunicación dejaron de morir niños en África, cuando Gaza y Siria se convirtieron en cementerios. Después, el default de Argentina puso los pelos de punta a los sumisos telespectadores, y olvidaron la sangre derramada. La guerra era ya un asunto indiferente a la sociedad, que sólo consiguió movilizar a un millar de personas en mi ciudad.

Los políticos pedían suavizar los ataques, ajenos al dolor incalculable que tú no puedes describir porque todavía llevas pañales. Ellos que han permitido que destruyan tu colegio donde ibas a aprender a nombrar las estrellas y donde te explicarían que todos somos iguales, y el día de La Paz lanzarías palomas blancas para pedir que se respetaran los derechos de otros niños que juegan descalzos.

Te entró la sed.

Entonces te entró sed, y en tu mundo delimitado por vallas no tenían agua potable, en realidad no había agua. Y a mí me hubiera gustado que siguiéramos siendo desconocidos. Que no te hubiera llegado a conocer en el telediario de las tres. Que no supiera nada de ti, porque no fueras noticia. Me gustaría que tuvieras una vida normal y pudieras jugar con tu mamá y con el resto de tu familia. Pero te veré en el próximo telediario, con las manitas en los oídos, con la cara sucia y con algún moco colgando. Y me dará mucha rabia y mucha vergüenza y, una vez más, me sentiré horrorizada al pensar que la gente mata a niños inocentes por dinero ante la mirada indiferente de la Comunidad Internacional. Ahora ya somos efímeros conocidos debido a las circunstancias.

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